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Almudena Grandes

“La vida de una mujer admirable no termina con su muerte”. ( Àlvaro Carrión, personaje de “El Corazón Helado”, a propósito de su abuela Teresa, maestra republicana ).

Su última novela será póstuma. Y la espero con la misma impaciencia que esperé las anteriores. Y con una tristeza específica.

Lo mío con Almudena Grandes fue un flechazo literario. Asi lo interpreté al principio, asi lo sentí. Después me dí cuenta que fue mucho mas que eso. Un flechazo mas allà de la literatura, mas allà de la historia, mas allà de la memoria.

“La escritora que noveló la épica de los perdedores” titula ayer, casi inmediatamente, El País en un articulo-homenaje de Tereixa Constenla en el que figura esta frase que lo cuaja todo: … “por primera vez se detenía en las vidas de aquellos exiliados republicanos y sus posteriores generaciones de inadaptados”. Inadaptados. Nosotros. Hijos, nietos, bisnietos de republicanos españoles, en España o en exilio. Inadaptados. Palabra clave de nuestra identidad de derrotados, en luto permanente por lo que pudo ser y no fué. Soñadores, ilusos, nostálgicos, orgullosos. Inadaptados, sí.

Un amigo de playa, en el verano alicantino de 2012, me regaló, una tarde de paella y jolgorio, “Inés y la alegría”. Yo nunca había oído hablar de Almudena Grandes. No la leí. La bebí. La devoré. La absorbí. Esa novela fue para mí un terremoto interior. Que me devolvió algo que yo ni sabía que me faltaba. Por primera vez veía impresa la voz de mis padres, tíos, tías, los que habían tenido que huir y los que se habían quedado. Por primera vez, nuestra historia, desde dentro. Una emoción tan intensa que a partir de ese día empecé a leer todo lo que Almudena había escrito sobre el tema, y no faltaba. Primero El Lector de Julio Verne, y luego El Corazón Helado y sus 1200 pàginas de mercromina en heridas insospechadas. Las he leído y vuelto a leer tantas veces que las páginas, marcadas, dobladas, anotadas, han acabado abultando mucho más que las de un ejemplar nuevo. Después, a medida que iban saliendo, me iba impregnando de los Episodios: Las Tres Bodas de Manolita, Los Pacientes del Doctor Garcia, La Madre de Frankenstein… Cada vez, el mismo placer, la misma fuerza, la misma identificación. Y mi admiración creciente por la autora, madrileña del alma, capaz de crear un mundo de personajes entrañables, inolvidables. Una familia de ficción tan real como la de carne y hueso.

Ayer sábado por la tarde, estuve dedicando libros en un salón literario aquí en Paris, con un montón de mujeres estupendas que hubieran encantado a Almudena. A las seis y pico me llegó la información al móvil. Rompí a llorar como cuando se pierde a un familiar. Y es que Almudena era una hermana de la inmensa familia de los perdedores. Mi hermana. Para siempre. De esos perdedores que acaban ganando.

Todavía tenías tanto que decir, Almudena, tanto que aportar. Cuanto te vamos a echar de menos. Pero un genio como tú no muere nunca. Raquel y Alvaro, Ignacio y Anita, Paloma y Carlos, Inés y Galàn, Nino, Pepe el Portugués y Sanchís, Manolita y Silverio, Eladia y Antonio, Isabel, la Palmera, Guillermo y Rita, Germàn y Maria y tantas más, y tantos más, no moriràn… Los imagino, callados, dignos y orgullosos, acompañando a su creadora hasta el cementerio civil que lleva tu nombre, Almudena, en el que descansarás en gloriosa compañía, con Julian Besteiro, Francisco Gines de los Rios, Julian Grimau, Rosita la Dinamitera, Pablo Iglesias, Largo Caballero, Pío Baroja, Dolores Ibárruri, Blas de Otero, Americo Castro, Arturo Soria...

Tus personajes y tú permaneceréis en nuestra vida mientras dure.

Hasta siempre, Almudena. Gracias por todo …